Esta foto fue tomada esta pasada semana durante los disturbios en Reiger Park, en Sudáfrica. Una nube de fotógrafos rodea a un hombre herido en las revueltas sin prestarle ayuda ninguna. Como siempre, se pone una vez más en tela de juicio la conciencia del reportero: ¿Es ético permanecer impasible ante el sufrimiento de otra persona, y dedicarse a hacer fotos?
En mi humilde opinión, y siendo brutalmente sincera, lo que más me “revuelve” en un primer momento no es que lo hagan, sino ver cómo lo llevan a cabo. ¿Cuántas fotografías que veo cada día, llevan aparejada este tipo de actitud? ¡Miles! Pero no veo su ejecución, sólo el resultado, y eso creo que al final nos hace sentir que este tipo de cosas no pasan de este modo.
¿Alguien se acuerda de la niña atrapada en el barro, pasando sus últimas horas de vida frente a una cámara? ¿O de las personas cayendo al vacío desde el World Trade Center? Todos lo recordamos, y lo veíamos con atención, sin pensar en el cómo se llevaba a cabo. Eran también cámaras y cámaras mirando sin piedad hacia el sufrimiento de otros, sin hacer nada por ellos…
Hay que contemplar dos puntos de vista para entender esta foto:
Hablábamos hace poco de la importancia de la naturalidad y en cómo la utilización masiva de las cámaras ha hecho que se pierda la que había en las fotografías de, por ejemplo, principios de siglo. Comentábamos también que fenómenos como la protección de datos y la fiebre por el peligro de aparecer en Internet, han hecho que la gente se muestre reacia a que sean fotografiados.
Sin embargo, hay momentos en los que nadie prestará atención a una cámara que le enfoca, y eso suele ser en momentos en los que hay cosas más importantes a las que atender: en guerra, en un terremoto, en un atentado… en definitiva, en un contexto de emergencia. Nadie presta atención a una cámara. Este es, creo, uno de los éxitos del fotoperiodismo y de la espontaneidad que reflejan sus fotos.
En las revueltas de Sudáfrica no hay un “no quiero fotos”, no existe el límite de la intimidad, no se revuelve nadie, porque a nadie le importa…¿O sí? Es difícil saberlo. Desde este punto de vista, el fotógrafo no tiene un límite marcado, porque no hay nadie que se lo ponga.
Por otro lado, debemos ponernos en su lugar: el fotógrafo que acude a cubrir acontecimientos de este tipo, debe tener una mente absolutamente concentrada en el trabajo. Si se dejara llevar por la emoción, el miedo, la empatía, no podría hacerlo. La realidad no es tan dura cuando se ve a través del visor de una cámara. Hay algo entre la realidad y la persona, que pone una barrera entre lo que nos produce miedo y nosotros. La cámara lo convierte todo en irreal.
Y ésa es, creo, la clave para entender esta foto, no la otra. Todos ésos fotógrafos no pueden actuar de otra forma. No ven a ése hombre como lo que es. Sólo ven una foto. Participar les pondría al otro lado, les haría vulnerables, les impediría trabajar.
Yo no podría, esa es la verdad. Y ellos cumplen una función, que es la de traer otras realidades a casa, y revolver la conciencia de todos ante los problemas del mundo.
Quizá tras hacer clic, le ayudaran a levantarse, no lo sé. Quizá no.
Yo quiero pensar que sí, y que luego siguieron haciendo fotos.
Leo
En mi humilde opinión, y siendo brutalmente sincera, lo que más me “revuelve” en un primer momento no es que lo hagan, sino ver cómo lo llevan a cabo. ¿Cuántas fotografías que veo cada día, llevan aparejada este tipo de actitud? ¡Miles! Pero no veo su ejecución, sólo el resultado, y eso creo que al final nos hace sentir que este tipo de cosas no pasan de este modo.
¿Alguien se acuerda de la niña atrapada en el barro, pasando sus últimas horas de vida frente a una cámara? ¿O de las personas cayendo al vacío desde el World Trade Center? Todos lo recordamos, y lo veíamos con atención, sin pensar en el cómo se llevaba a cabo. Eran también cámaras y cámaras mirando sin piedad hacia el sufrimiento de otros, sin hacer nada por ellos…
Hay que contemplar dos puntos de vista para entender esta foto:
Hablábamos hace poco de la importancia de la naturalidad y en cómo la utilización masiva de las cámaras ha hecho que se pierda la que había en las fotografías de, por ejemplo, principios de siglo. Comentábamos también que fenómenos como la protección de datos y la fiebre por el peligro de aparecer en Internet, han hecho que la gente se muestre reacia a que sean fotografiados.
Sin embargo, hay momentos en los que nadie prestará atención a una cámara que le enfoca, y eso suele ser en momentos en los que hay cosas más importantes a las que atender: en guerra, en un terremoto, en un atentado… en definitiva, en un contexto de emergencia. Nadie presta atención a una cámara. Este es, creo, uno de los éxitos del fotoperiodismo y de la espontaneidad que reflejan sus fotos.
En las revueltas de Sudáfrica no hay un “no quiero fotos”, no existe el límite de la intimidad, no se revuelve nadie, porque a nadie le importa…¿O sí? Es difícil saberlo. Desde este punto de vista, el fotógrafo no tiene un límite marcado, porque no hay nadie que se lo ponga.
Por otro lado, debemos ponernos en su lugar: el fotógrafo que acude a cubrir acontecimientos de este tipo, debe tener una mente absolutamente concentrada en el trabajo. Si se dejara llevar por la emoción, el miedo, la empatía, no podría hacerlo. La realidad no es tan dura cuando se ve a través del visor de una cámara. Hay algo entre la realidad y la persona, que pone una barrera entre lo que nos produce miedo y nosotros. La cámara lo convierte todo en irreal.
Y ésa es, creo, la clave para entender esta foto, no la otra. Todos ésos fotógrafos no pueden actuar de otra forma. No ven a ése hombre como lo que es. Sólo ven una foto. Participar les pondría al otro lado, les haría vulnerables, les impediría trabajar.
Yo no podría, esa es la verdad. Y ellos cumplen una función, que es la de traer otras realidades a casa, y revolver la conciencia de todos ante los problemas del mundo.
Quizá tras hacer clic, le ayudaran a levantarse, no lo sé. Quizá no.
Yo quiero pensar que sí, y que luego siguieron haciendo fotos.
Leo