A modo de presentación

El amor a la fotografía ha creado este club en el que cada uno, en mayor o menor grado, es poseedor de un trauma que le hace tan especial que si cualquiera de los componentes de este club no hubiese estado ese día, esto no habría sido posible. Desde ese amor y siempre con humor y respeto compartiremos imágenes y pensamientos.


domingo, 31 de agosto de 2008

Fotógrafos: Steve McCurry

Inicio con él una serie de grandes fotógrafos contemporáneos, a la que espero se unan los demás miembros del equipo y sea fuente de gozos y alegrías para nuestros lectores.

Steve McCurry es fotoperiodista, y se dio a conocer fuera de los círculos estrictamente profesionales gracias a la foto de la niña afgana Sharbat Gula, de tremendos ojos verdes que dudo que nadie haya olvidado, y que fue portada del National Geographic en Junio de 1985 (de hecho, es aún hoy la portada más vista de la revista).


Pero para cuando se hizo famosísimo, McCurry (nacido en EEUU en 1950) ya había trabajado como fotoperiodista anteriormente y había ganado importantes premios.

Su carrera comenzó con su cobertura de la invasión rusa de Afganistán. McCurry iba vestido como los nativos de la zona y escondió sus películas cosiéndolas en sus ropas. Sus imágenes fueron las primeras del conflicto y fueron publicadas en todos los medios, lo que le hizo conseguir La Medalla de Oro Robert Capa para la mejor divulgación fotográfica del extranjero.


McCurry continuó cubriendo conflictos internacionales, como la guerra de Irán-Iraq, Beirut, Camboya, las Filipinas, la guerra del Golfo, y Afganistán.

En la actualidad y desde 1986 es miembro de la agencia Magnum Photos y sigue trabajando para National Geographic de forma asidua.

Admiro profundamente su trabajo y en especial sus retratos, que transmiten una fuerza difícil de describir.

Este es el link a su página: Steve McCurry Photography

Leo


PD: Para el amplio sector que ha estado este verano en Camboya: no os perdáis la galería.

Haciendo panorámicas

Este artículo tiene una destinataria, pero seguro que el post le viene bien a todo el mundo. Gracias a los Bloggeros de Xataka Foto por colgar el post y recordarme que se lo debía a Lou.

Una de las cosas más complicadas pero más agradecidas de hacer cuando salimos de viaje es hacer fotos panorámicas. Son espectaculares, y aportan una visión casi real de aquello que hemos visto en vivo y en directo.

Normalmente, la posibilidad de hacer panorámicas es una opción que sólo tienen algunas cámaras compactas. Las réflex (y tampoco todas), aunque carecen de software interno para generarlas, sí suelen contener en sus CD de instalación y soporte, alguna aplicación para trabajar con ellas (como es el caso de PhotoStitch de Canon).

Para aquellos que no dispongan del programa o tengan malos amigos (como yo), que nunca se acuerdan de llevar el CD de la cámara, existe AutoStitch, un completo programa que nos permite hacer de forma sencilla nuestras panorámicas.

Podéis descargarlo desde este enlace.

Para lograr una buena panorámica es importante:

- Pensar bien desde qué lugar vamos a disparar la serie. Lo que vamos a hacer, con trípode o a mano, es hacer un “barrido” de izquierda a derecha (o al revés), sin desplazarnos del punto escogido, por lo que es importante asegurarse de que podemos recoger todo desde él.


- Cada foto debe compartir con la anterior y la siguiente, uno o varios puntos, que son los que servirán para unir las fotos.


He colgado esta foto a propósito para que tengáis también en cuenta, a la hora de disparar o bien cuando estéis a punto de montar la panorámica, que la exposición y la luz en cada foto puede variar, generando esas líneas entre las zonas donde se unen las fotos.

Mi experiencia disparando estando de viaje, sin trípode y con prisas, y al margen de trabajar con las imágenes en PS antes de juntarlas, hay dos factores clave a la hora de disparar: Uno es hacerlo rápido, para evitar que haya mucha diferencia de luz entre una foto y la siguiente (imaginaos las variaciones en un día nublado o en una zona con tráfico, que varía tanto de un segundo a otro), y lo segundo es repetirlo varias veces (si se dispone de tiempo) y después seleccionar las que se quieren usar.

También sé que es mejor hacer nueve fotos, que cuatro. Pero eso es ya cuestión de tiempo… y de capacidad de tarjeta.

Evidentemente, en zonas con gente que pasa o coches, puede ser casi inevitable que aparezcan los denominados “fantasmas”, figuras que están en un fotograma a medias y no aparecen en el siguiente, pero a veces, hasta tiene encanto.

Así que ya no hay excusas. A trabajar!!

Leo

Además, aprovecho para dejaros un link sobre este tema escrito por el fotógrafo Ercalamar, en Flickr, que explica mucho más detalladamente cómo hacer panorámicas (que como veréis, se le dan más que bien).

lunes, 25 de agosto de 2008

Vacaciones de Verano.

Me desperté de mala gana, como siempre que tengo que despertarme pronto, y para ayudarme un poco con la difícil tarea que ha sido siempre desperezarme, metí la cabeza en un cubo de agua que coloqué la noche anterior al pie de la cama.
Solución un poco radical pero efectiva.

Tanto, que no se como no se me ha ocurrido antes, sobre todo en la época en la que tenía que presentarme en el juzgado a las siete de la mañana y me diesen el visto bueno y la tarjeta que tendría que presentar al día siguiente.
Solución efectiva porque rápidamente quise secarme la cabeza y tuve que levantarme de la cama como una bala. No estoy seguro de la efectividad de la idea si hubiese colocado una toalla junto al cubo.
A pesar de estar totalmente despierto, totalmente consciente, me resultó agotador abrir la puerta de la habitación, una puerta que no tiene cerrojo, no tiene pestillo y que se abre hacia adentro, hacia la habitación, hacia mí. Tirar una y otra vez, revisar el asa, volver a tirar. Nada. ¡Agotador!
Cuando sin mayor esfuerzo me apoyé ligeramente en la puerta y esta se abrió. ¡Hacia afuera!
Si el agua del cubo que había puesto la noche anterior hizo bien su trabajo, esto remató la tarea, quería despejarme rápidamente, pero ni idea de lo que me esperaba.
Era del todo improbable aquella situación.
Intento hacer siempre un buen uso de las palabras y aquí la palabra improbable está bien utilizada. Nunca he descartado el ser víctima de una broma por parte de mis amigos, porque soy de los pocos del grupo que las ha podido evitar, estando siempre alerta y pensando mal en todo momento. Era lógico que cayese en una de ellas porque yo he participado en la mayoría de las que han recibido ellos. Las veces que no he participado ha sido, claro está, porque no estaba en…, dijésemos, en el país.
Así que era probable que los hijos de puta me hubiesen cambiado las bisagras y el sentido de la puerta. Una buena broma, sí.
Pero lo que vi al salir de la habitación era del todo, del todo, imposible.
Claro que la puerta podía abrirse hacia afuera a pesar de que durante toda la vida que había vivido junto a esa puerta, ella nunca había dejado de abrirse hacia adentro. Como posible, entraba dentro de las leyes de la física y debido a mis amigos probable.
Pero abrir la puerta y estar dónde me encontré con sólo dar un paso al salir de mi habitación no entraba en mi cabeza.
Ni dentro de las leyes físicas ni de las de la probabilidad.
Delante de mis narices me encontré un bosque infinito.

No era un sueño.
Ayer por la noche fue cuando se me ocurrió, en un largo proceso de reflexión, colocar el cubo al pie de la cama.
Ayer por la noche fue la primera vez que coloqué un cubo lleno de agua, para despertarme mejor, junto a la cama.
¿No dicen que los sueños son proyecciones de nuestros deseos, de nuestra vida cotidiana? Y si es un sueño ¿cómo iba a soñar con algo que no había hecho nunca? ¿Qué no había pensado, imaginado nunca? ¿Con algo que ni siquiera había soñado?
No era un sueño.
Estaba despierto.
Para eso era el cubo de agua al pie de la cama.
Para no tener sueño cuando me despertase.
Para no tener sueños al despertar.
Pero allí estaba el bosque.

Toda una vegetación caducifolia se presentaba ante mis ojos, uno ojos que nunca habían estado más abiertos, árboles que se alzaban hasta donde podía girar mi cuello y mirar, árboles robustos de tronco grueso y corteza dura.
Un bosque que no se parecía a ningún bosque de los que había visto, que aunque sólo he estado en la alameda que había y que ya no hay porque el terreno ha sido recalificado, al lado de mi casa, he visto bosques en películas y documentales.
Este bosque tenía algo de extraño, misterioso es una palabra muy manida, pero tengo que utilizarla, y raro.
La luz, filtrada no se de que manera, le daba a los árboles una tonalidad totalmente extraña para ser real, sentía el viento, la brisa, pero no oía nada. Lo normal en un bosque es que el viento mueva las hojas y estas produzcan un leve murmuro, pero claro, creo que he dicho que este bosque no era normal.
Aún así no podía hacer otra cosa que avanzar porque, y la verdad es que ni le dí mayor importancia a tal hecho, la puerta de mi habitación, con la habitación, la casa y todo lo que tuviese que ser, había desaparecido.
El viento paró en cuanto dí el primer paso como si en aquel preciso momento todo el bosque hubiese sido consciente de mi presencia. Andaba y las hojas, de peciolo corto, no hacían ruido al ser pisadas, veía las ramas que se movían ligeramente, tocándose unas con otras, con la suavidad con que una madre acaricia el pelo de un hijo mientras este juega, cubriendo por completo la parte alta del bosque, haciendo un lugar muy sombrío aquel por el que caminaba.
No sé porqué paré.
Una rama, del tamaño de una viga cayó delante de mí.
El viento volvió a soplar, primero con cierta fuerza, con algo más de calma después.
Me quedé paralizado. Un paso más y aquella rama me habría despertado de mi pesadilla, en el mejor de los casos, matado, en el peor.




Sin atreverme a moverme en exceso miré la rama, como el que mira un bolígrafo sin punta. Era una rama de considerable tamaño, unos tres metros de largo, con ramas que le crecían a lo largo del tronco, un tronco que… no tenía principio.
En ambos extremos del tronco nacían, con la típica estructura de árbol con la que crecen las ramas, ramas. Era una rama que no tenía un extremo del que se pudiera decir…esta es la parte que estaba unida al árbol.
Pensé como, de forma natural, podría crecer una rama así, y en el momento en el que mi cabeza comenzaba a pensar en manipulaciones genéticas, me dí cuenta de que era poco natural que, de mi habitación hubiese pasado a un bosque, sin necesidad de coger un coche o dar un paseo de unos kilómetros. Así que las consideraciones genéticas, no ha lugar
El típico color verde de las hojas había desaparecido se habían vuelto más oscuras, y tenían una rigidez extraña.
Pensé, entonces, en si habría sido casualidad o suerte que me hubiese parado justo en ese preciso momento.
Rodeé la rama y seguí andando.
El viento se paró.
El sonido cesó.

No sé si había sonido, pero volví a ser consciente del absoluto silencio.
Esta vez otra rama me rozó el brazo izquierdo y cayó a mi espalda, algo más cerca que la anterior. Volví a quedarme totalmente inmóvil y me agaché a observar que era una rama como la anterior, una rama como nunca había visto y algo me decía que no quería volver a ver.
La rigidez de las hojas estaba cubierta por una fina capa de algo que parecía plástico, y aunque tardé unos minutos, me atreví, despacio, a tocar.
El dedo se me quedó pegado y comencé a sentir como el frío me entraba en el cuerpo por el exacto lugar en el que mi dedo se unía a la hoja. Lo retiré con toda la rapidez que pude sabiendo que si seguía en contacto de alguna forma u otra, moriría.
Al retirar el dedo, parte de la piel se quedó en la rama. La sensación de frío en el dedo era tan fuerte que pasaron unos minutos hasta que fui consciente de que una pequeña parte de mí se quedaría en aquel bosque para siempre.
Me puse de pié.
Instintivamente comencé a correr.


Corría mirando al cielo, o hacia donde debería haber un cielo, cristiano, vikingo, azul o más negro, pero un cielo, porque sólo podía ver cómo caían ramas. Unas ramas que por alguna extraña razón, según caían, iban adquiriendo un cierto giro que las acercaban a mí más de lo que la ley de Newton las obligaba.
Las ramas no cesaban de caer. Y según me apremiaba más ramas caían, ramas de variados tamaños, pero todas con aquella extraña forma.
Con dificultad me fijé en un ligero y rápido movimiento hacían las ramas según entraban en contacto con el suelo, sobre todo las más pequeñas, y que colocaban las rígidas hojas con la punta hacia arriba, como si de lanzas se tratase.
Una de ellas, tuvo que ser de las pequeñas, me golpeó en el hombro derecho, provocándome un dolor que al momento me paralizó el brazo y casi me hace caer. De haber caído…casi hubiese preferido que me hubiese alcanzado la primera rama.
Seguí corriendo y esquivando ramas como podía, mirando hacia arriba y al suelo como buenamente podía, aguantando el dolor del hombro, que me paralizaba el brazo.
Vi una rama de un tamaño tal que se hacía imprescindible esquivarla, según movía los pies hice un movimiento brusco con la cadera y se me cayó el brazo.
Me paré.
La lluvia de ramas paró.
El viento sopló.
Silencio.
Mi brazo estaba allí, a un escaso metro de mis pies, junto con una rama con las hojas de lanza.
Mi hombro estaba… ¿cicatrizado? No. Más aún, como si nunca hubiese tenido brazo. El único alivio era que el dolor, al no haber tenido nunca brazo, había desaparecido y mi brazo, allí, enfrente de mí, en silencio, no tenía principio.
Mi brazo, ahora en el suelo, con sus dos manos en cada extremo esperaba. Pero no sé a qué.
Comencé a llorar y llevé mi única mano a la cara, caí en el suelo sin fuerzas, no sé si por la carrera o por lo que me estaba pasando.
El viento movía mi pelo, consolándome, las ramas se acariciaban suavemente por encima de mi cabeza.
No se cuanto tiempo estuve corriendo, no se cuanto tiempo estuve llorando y no sé si me quedé dormido. Ojala porque cuando en un sueño te quedas dormido, lo he visto en muchas películas, es cuando te despiertas y todo lo que ha pasado ha sido un sueño, pero estaba despierto, tan despierto como cuando esta mañana acababa de sacar la cabeza del cubo de agua que puse al lado de mi cama y en buena hora quise salir de la habitación. Tan despierto que lo único que podía desear era estar en mi casa, con mi cubo y la puerta de mi habitación que se abría para adentro.
Y allí, a la izquierda, justo cuando miré, porque antes no estaba, apareció una puerta, una puerta metálica, plateada, que desde luego no era la puerta, para nada, de mi habitación.
Pero era una puerta y una puerta es una puerta, de madera metálica corredera o de dos hojas, esté en una casa, en una escombrera o de pie, en medio de un bosque. Y por las puertas se puede entrar, o salir, y yo lo que quería era salir de aquel bosque porque sabía que no iba a tener suerte por mucho más tiempo, y que podría quedarme quieto y que no pasase nada y morir de inanición o correr y morir por partes o por un golpe de una rama así que antes de pensar en cualquier cosa más, me levanté.
Comencé a correr.
Las ramas dobles, frías y con hojas de lanza a llover
El viento cesó.
Silencio.

Llegué a la puerta y moví con pesadez el único brazo que tenía, abrí la puerta y entré.
Hekival.